jueves, 5 de noviembre de 2009

Tuya: ¿un policial paródico?

Un género puede cambiar, transformarse, aceptar modificaciones que surgen de un diálogo (o contaminación) con el contexto; en fin, los géneros en sus invariables aceptan variaciones y ahí reside el encanto de la literatura. O uno de ellos. Recientemente, la prensa oficial de la cultura (¿o de la cultura oficial?) habló del policial argentino: del retorno al pasado para buscar su materia, sus temas, sus héroes; del embeleso por los setenta, de lo inverosímil que es construir un héroe-policía en el estado actual de la institución policial.
(http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2009/09/16/_-01999526.htm)
Es genial: el género sigue atrapando, moviliza y, de alguna forma, fomenta el debate sobre sus alcances, características y recursos. Si puedo participar, diría que, en abstracto, el policial podría adoptar particularidades del entorno (social, económico, histórico, y todo eso) con los que el autor (y lector) escribe (reescribe) su relato. De hecho, ciertas veces, en sobremesas y trasnoches porroneras, enuncié mi hipótesis de que el policial argentino no acepta que la espada de cotillón de la justicia caiga sobre él o los culpables, que el detective-policía debe acabar procesado por algún exceso en el cumplimiento de sus funciones, los familiares y vecinos de la víctima cortando el tránsito en una marcha de silencio y la víctima, bien gracias.
A todo esto, la idea inicial era escribir sobre un policial actual, que no precisa usar la máquina del tiempo, que se queda acá, en el presente, y monta su intriga desde la cotidianeidad, desde ambientes que son, en una primera mirada, conocidos por el público lector. Es decir, un policial de hoy, no del pasado; un policial que prescinde de los policías y deja a una mujer, Inés Pereira, a cargo de resolver (o esconder, en el primer momento) la muerte de la secretaria de su marido, el (¿involuntario?) asesino y verse envuelta en un “cuadrado” amoroso donde ella es, como lo descubre, una de las cuatro aristas.
No interesa cómo llegué a Tuya, lo leí y ya está. El argumento, aunque podría enunciarlo, queda explicitado en lo antedicho y podemos prescindir de otros datos. Porque me interesa centrarme en que, en vez de un detective sagaz, como los canónicos Poirot, Dupin, Parodi y sus antecedentes y sucesores, brillante, analítico, seguro de sí; Tuya pone en escena a una mujer, a una mujer que es como cualquiera y que pretende razonar y actuar como lo haría cualquier mujer burguesa y cuarentona en circunstancias similares. Excelente estrategia: que el (la) lector(a) se identifique con el personaje principal, que comparta con ella gustos, actitudes, costumbres, reacciones y también… pensamientos. Una novela vertiginosa, cinematográfica (¿es un elogio?), que se lee con interés aunque pueda resultar predecible; con interés e indignación a la vez, como siameses. Porque hay una tecla que, al presionarla, no emite sonidos, queda muda y, lamentablemente, se trata de lo esencial, estoy convencido, porque el policial es realista, es realismo, y la tecla que no suena es la del verosímil, lo que, como lectores, nos lleva a pensar que aquello que leemos puede ser (real). Y no hablo del crimen, del “cuadrado” amoroso; me refiero a la voz, a la narradora principal: Inés Pereira.
Si la autora hubiera sido, en vez de Claudia, digamos, un autor: Claudio, por ejemplo, tendríamos asegurada la enérgica censura de los movimientos feministas o de las mujeres en general, de las que piensan el mundo en términos de género y en pie de guerra. Porque sí, porque se requiere de un machismo medular, de un desprecio consumado por la mujer para poner en movimiento una voz narradora como la de Inés Pereira en Tuya: “un policial negro duro, pero de mujer” como sostiene el Elvio Gandolfo y con quien quisiera estar de acuerdo.
A menos que Inés Pereira sea una parodia (¡sí!, ¡es eso!) una caricatura de mujeres que justifican la infidelidad porque “…”, que no se sienten afectadas por carecer de vida sexual a los 39 años, que no ven a su hija embarazada aunque todas las noches cene con ella, y que crean que, para salvar un matrimonio insípido y rutinario, es heroico convertirse en cómplice de un homicidio. Sí, de un asesinato cometido por el hombre que la engaña, que no la estimula (y hasta la rechaza) sexualmente y que puede llorar junto al lecho de su hija y abrazarla sin percibir que la niña carga con una barriga de siete u ocho meses; es decir, su marido, Ernesto. Así está mejor, es plausible. Entonces, una caricatura compuesta con todo lo que odian las mujeres, pero todo, todo junto: la auténtica pelotuda burguesa argentina, con ustedes, señores, Inés Pereira, una mente capaz de pensamientos y reflexiones tan profundas como (y abro el libro al azar):
“Los días siguientes fueron un infierno. No pasó nada, ¿Cómo una puede sentirle el gusto a lavar los platos, barrer o a planchar cuando tiene entre manos algo ten importante como el encubrimiento de un asesinato” (pág. 61). Y otra que deja al desnudo la complejidad del alma detectivesca: “Es bueno esto de escribir lo que uno piensa porque cuando después lo leés es como si hablaras con otra persona y podés discutir y criticarte a gusto…” (pág. 98). Incluso la resolución, el desenlace, esa huída hacia delante, al vacío, bajo la consigna de que los crímenes son permutables, que si a un inocente se le imputa un crimen que no cometió, ¿qué mejor que cometer, ahora sí, un segundo crimen del cual poder eximirse de la responsabilidad y atribuírselo a “otro”, al que, más astuto, consiguió imputarnos el primer asesinato?
En fin, mi dificultad está en considerar a Inés Pereira como un personaje de un policial realista. Y por eso, tal vez descubriendo la sintonía de la autora, desplazar a la susodicha al terreno de la burla o la caricatura. Pero no soy mujer, en absoluto, y no conozco en carne propia la profundidad de la psiquis femenina… no, sin dudas, y eso me produce un abismo de incomprensión, de desconcierto que, quizás, me lleve a leer en Tuya una parodia de la mujer, o una parodia del policial.