miércoles, 24 de febrero de 2010

Los caníbales europeos


“Lo único que no se puede hacer con un caníbal es comérselo”
Cristina Fernández (de Kirchner)




Con esta elocuente imagen, la Sra. Cristina Fernández culminó sus declaraciones en la conferencia de prensa brindada en Cancún, México, en el marco de la Cumbre del Grupo Río. El referente de la misma es Gran Bretaña, país que, actualmente, se encuentra en una controversia con Argentina por la explotación de petróleo en la zona de las Islas Malvinas. Con la gráfica alusión que encabeza este texto, nuestra jefa de Estado expresa, proverbialmente, la determinación del gobierno de resolver el conflicto ciñéndose a las normas del derecho internacional. Algo muy loable, por cierto.
En el imaginario occidental, desde la ocupación de América -y posiblemente desde antes-, el caníbal o el antropófago son una forma de representar al “otro” que se desconoce, al indio americano. Diferenciándose de lo europeo, cristiano y civilizado, el caníbal encarna lo incivilizado, lo bárbaro, la fuerza indómita de aquellos que no respetan, a la hora de nutrirse, ni a los miembros de su especie. Los diarios y cartas de Colón, como también las crónicas de otros viajeros y conquistadores, son pródigas en relatos donde el canibalismo, junto con la desnudez, el fetichismo, los sacrificios humanos, esbozan la postal del salvajismo precolombino. Y a tal punto internalizamos esta identidad, este contraste que, por ejemplo, el poeta Oswald de Andrade, en su Manifiesto, coloca a la antropofagia, no sin ironía, como la esencia de lo americano.
Invirtiendo la fórmula histórica, Cristina designa como caníbales a los europeos, a los correctos ingleses para ser más exactos. Una osadía, francamente, pero que no deja de ser aceptable. Por supuesto: el caníbal no se inquieta ante las sanciones de la O.E.A. ni se ajusta a la letra del derecho; su hambre está antes que las normas y las ganas de comer es la única ley que obedece. Citemos a Andrade, para algo lo invitamos: “Sólo me interesa lo que no es mío. Ley del hombre. Ley del antropófago” Los ingleses tienen ganas de explotar el petróleo de una zona en litigio, vulnerando la soberanía de otro país… y lo hacen. Conducta salvaje, no hay dudas, censurable; “lo quiero y lo tomo… ¿a ver quién me lo impide?”: es la ley de la jungla, la ley del más fuerte, la ley del antropófago. No es novedad que los imperios se comportan de este modo: respetando a los otros, a los pueblos menos tecnificados, ninguna potencia se hubiera desarrollado.
Pero, como es lógico, almorzarse a un caníbal nos convierte en lo mismo que ingerimos. Decir, como sentencia, que no puedo o no debo comerme a otro de mi especie, es una prueba de urbanidad encomiable. Sin embargo, quedaría preguntarse si, sin salir de la metáfora, existe alguna posibilidad de librarnos de dicho impedimento. Es decir: ¿podríamos comernos al caníbal?, ¿podría Argentina saciar su hambre con Inglaterra? Los países desdentados no significan un peligro para los voraces carnívoros que consolidan su poder fagocitándose a los indefensos. O, puesto de otro modo: un no caníbal (por elección o lo que fuera) no es riesgoso para los caníbales. Porque para comerse a un caníbal hay que serlo: sino, decir que nos abstenemos de hacerlo no pasa de ser una bravuconada moralista, un ingenioso juego de palabras o, lo que es más triste, una muestra de la locuacidad sin sustento de un compadrito anémico. Ser más civilizados que quienes nos atacan o perjudican no siempre es señal de madurez. A veces es solamente resignación e impotencia.

viernes, 19 de febrero de 2010

Pedir y poder


“Una cosa es pedir y otra cosa es poder”
Hermes Binner

En el marco de la discusión paritaria con el gremio docente, el gobernador santafesino, siguiendo la tradición de quienes anteriormente ocuparon su puesto enunció, como defensa, esta máxima cruel de la impotencia. No es novedad: ya Reutemann, menos intrépido, profirió cierta vez la célebre y tautológica frase: “cuando no hay, no hay” para aplacar las demandas salariales de algún sector en crisis. Pero el gobernador actual, a diferencia de su predecesor, da un salto hacia delante y parece derrumbar de un plumazo los pilares del positivo voluntarismo budista, sintetizados en el tradicional proverbio: “querer es poder”.
El “querer”, lo sabemos, es volición, deseo, proyección -tácita o no- porque el “querer” es, antes que nada, un claro anhelo interior. El “pedir”, correlato verbal del “querer”, es la enunciación del deseo, del objeto (material o inmaterial) que se pretende obtener de otro capaz de proveerlo. Es decir: del “querer” pasamos al “pedir” explícito, al “pedir” lo que se quiere a quien, se supone, puede concederlo. Pero la declaración de Binner, en este punto, se vuelve reveladora en su significado, en su sentido: “una cosa es que otro quiera o pida y otra que yo pueda”. Es decir: el gremio docente puede “querer” y “pedir” un aumento, pero no por eso va a “poder” conseguirlo. Por supuesto: su “querer” no es “poder” porque tal aspiración no es autosuficiente sino que depende, sin dudas, de otro que lo facilite, que lo brinde. Y así sucede en muchos órdenes de la vida: el niño quiere un juguete oneroso, lo pide, y su padre le responde “no puedo comprarlo”. Juan quiere la paz en el mundo, pero no alcanzan las buenas intenciones de un quidam para que los señores de la guerra puedan detener sus escaladas de odio y sangre.
Por otra parte, en un análisis lógico, comparando los enunciados transcriptos, podemos observar la evolución en el pensamiento de nuestros dirigentes provinciales. Para Reutemann A es igual A mientras que, para Binner, A es A y B es B. La ampliación de los términos es una demostración de la capacidad asociativa del gobernador en funciones. Claro: una cosa es el agente del deseo, el que pide, y otra cosa es el benefactor, quien puede otorgar lo que se quiere o pide. Por lo tanto, y trasladando la premisa del “querer es poder” ya no al agente del deseo sino al benefactor, la pregunta que surge, obligadamente, es: “¿no quiere o no puede?”, pregunta para la cual, al menos en la declaración trascripta, no tenemos respuesta. Afirma que no puede, y es lícito creerle, pero ¿quiere? Dejémoslo ahí: no puede respondernos.

Los peligros de la comparación poética


"Lo veo resbalando como chorizo en fuente de loza”
Rafael Bielsa



Con esta popular comparación, el poeta rosarino y excandidato a gobernador de la provincia de Santa Fe, intentó graficar su percepción del gobierno de la Señora Cristina Fernández (de Kirchner). Que resbala. Como un chorizo. En una fuente de loza. Sin dudas se trata de una afirmación intempestiva. O sacada de contexto, como gozan afirmando los que profieren un rebuzno y al rato se arrepienten. Porque para un artista dúctil y versado en comparaciones y metáforas que escribió, por ejemplo: “el tren pasaba lejos como un cuento de la infancia” o “ella cruzaba el patio como rueda de espuela”, referirse a un gobierno como un chorizo patinando sobre una fuente, además de poco poético, suena hasta ofensivo. Los chorizos se confeccionan con carne molida, de cerdo, de vaca y también hay artesanos que los rellenan de pollo. Carne animal, carne muerta, comprimida (embutida) en un delgado cartucho de tripa que es atado en ambos extremos. Nadie discute que su ingesta pueda resultar agradable, pero de ahí a llamar a un gobierno o a las personas, argentinos y argentinas, que lo conforman “chorizo”, nos separa un abismo. Más todavía cuando, en la oralidad rioplatense, “chorizo” es sinónimo de “ladrón”. Y no designa a cualquier ladrón, a uno de bancos o camiones blindados, sino a los descuidistas y carteristas, a ésos que, el sustento, se lo proveen abusando de la distracción o la confianza ajena. Esta interpretación no es descabellada. Imaginemos a un chorizo, a un ladrón, que en su carrera para escapar de la persecución policial o del birlado, introduce su pie en una fuente de loza casualmente colocada para interceptarle el paso. ¿Qué sucedería? Por supuesto: al pisar el adminículo citado, resbalaría despatarrándose para estrellarse contra el piso. Ergo, todo parece indicar que, para Bielsa, el gobierno es ladrón y torpe en su huída.
Una segunda alternativa, pienso ahora, puede ser que Rafael haya intentado seducir al vulgo, al hombre como usted o como yo, introduciendo en la comparación un término que nos resulta familiar, al menos vagamente o como él supo versificar: lejano “como un cuento de la infancia”: el chorizo. Claro: porque si Rafael visita alguna carnicería, descubrirá que el kilo de chorizos ronda los $35 y no cualquier bolsillo proletario o pequebu está en condiciones de regalarse dicho bien suntuario. Pero todos hemos visto como un chorizo grasiento, jugoso, puede deslizarse sobre una superficie plana, sea de loza u otro material: nuestra memoria, despabilada por la comparación, se relame con el recuerdo.Pero olvidemos las interpretaciones capciosas y, disculpándole el exabrupto al poeta, brindemos para que las musas inspiren al barbado bardo que vuelve al ruedo. ¿Poético? No, político.

lunes, 15 de febrero de 2010

Autos


"Lecciones de seguridad vial" es un cuento que me publicaron en el suplemento cultural de diario rosarino La Capital.

Allí los autos toman vida. Y sacan vidas.

Acá el cuento.